La Barca de Santacara tras la primera guerra carlista
Hacía
cuatro años que había finalizado la primera guerra carlista (1.833-1.840), cuando
en febrero de 1.844, el Ayuntamiento de Santacara pidió permiso a la Diputación
provincial para reconstruir la barca, pagándola mediante un reparto vecinal. El
hecho no llegó a cuajar, probablemente por la miseria en que se encontraba la
población que no soportaba más derramas tras las continuas aportaciones de
dinero y alimentos a los contendientes de ambas partes en las guerras de la
Independencia y carlista.
Y
es en enero de 1.846, cuando el Ayuntamiento formado por Julián Azagra,
alcalde, Manuel Barrios, Isidoro Ibiricu, Francisco Navarro, regidores, y
Francisco Casanova, procurador síndico; junto con los seis mayores
contribuyentes, Gabriel del Villar, Ramón Gárriz, Felipe Garde, Julián Elorz,
Ramón Gorría y Mateo Sada vuelven a la carga solicitando de nuevo autorización
para construir la barca tomando a censo 400 duros.
Haciendo
historia, señalan que la barca se hallaba colocada y en uso al principiar la
guerra última y aun subsistiría si el general José Clemente, por orden del
Gobierno, no la hubiese quitado y mandado inutilizar “en obsequio y beneficio
de la pública utilidad”.
El
Ayuntamiento, añade, ha mantenido su paso y barca a fin de que los vecinos
pudiesen atender sus labores en el campo y traer leña de los grandes sotos y
arbolados y también de la Bardena. Para que jamás faltara barca y para
conservarla había sido asignado por el suprimido Consejo Real el producto (las
hierbas) de una corraliza, que en los apremios de la última guerra se vendió
con el correspondiente permiso.
Los
argumentos que se dan es que al otro lado del río Aragón posee la villa un
terreno inmenso con mucha parte de tierra regable en cultivo; que alinta a la
Bardena real, en donde tiene privilegio de su goce desde tiempo inmemorial; que
los pobres vecinos, desde entonces, sufren la gran inconveniencia de que para
pasar a sus heredades, en tiempo que no
se puede vadear el río, tienen que pasar por el puente de Caparroso o barca de
Murillo, empleando ocho horas de ida y vuelta, mientras antes lo realizaban en
media hora.
Esto
ha dado como resultado la decadencia de la agricultura y el destrozo de la
leña del monte de este lado del río, no
quedando ya ni romeros. Atrayendo el colmo su miseria, hace ahora 3 años que
una gran avenida del río trasladó a la jurisdicción de Mélida más de 1.000
robadas de tierra regable, donde los pobres sembraban alubias, patatas y maíces
con que se mantenían todo el invierno familias ahora sumamente desdichadas, y
además el soto donde se mantenían las caballerías del pueblo y otras mil.
La
solicitud les es concedida y, dos meses después, piden el poder tomar otros
1.171 duros que deben a Gabriel del Villar; 850 duros de adelantos que éste les
hizo durante la guerra carlista y 321 duros en que como Depositario quedaron a
su favor las cuentas. En resumen Villar les deja 1.571 duros al 4’5 % que era
el acuerdo que tenían desde el principio aunque lo habían silenciado.
A
comienzos de 1.847 la barca debía estar hecha y colocada en el sitio más
ventajoso para transportar todo tipo de carruajes y personas, ahorrando dos
horas en el camino Aragón-Tafalla.
Se
corrió voz de que Iñarra (persona se supone acomodada) iba a poner en el
Monasterio de la Oliva un mesón “bien surtido” y que iba a hacer una carretera
que llegase hasta la villa de Santacara.
Puesto
el paso de la barca en arriendo, con estas perspectivas de tránsito, la subasta
debió ser un continuo pujar, quedando por fin en Esteban Jaso, vecino de
Santacara, por el precio de 200 pesos. Incluso después de la subasta, según
señala el mismo Jaso, sus convecinos Marcos Gárriz y José Antonio Esain, le
ofrecieron “un doblón por el arriendo”, pero alucinado con la referida
esperanza de una ganancia segura, desechó la oferta.
Por
desgracia para Jaso, el negocio no fue tal. En marzo del 47, pide a la
Diputación provincial le releve del arriendo o lo adecúe a la situación real,
pues todo fueron ilusiones, ya que no pasa por la barca más gente que la de
Mélida y Santacara, y eso .... ¡cuando no se puede vadear el río!.
Al año siguiente la
situación no debía ir mucho mejor. En la cabaña de piedra, sobre la barca de
Santacara, se reúnen las comunidades de Mélida y Santacara llegando al convenio
de hacer común los gastos y productos de
la barca.
Acuerdan colocar la barca
en un paraje más próximo y cómodo a ambas localidades y en término y
jurisdicción de ellas, por cada lado. De esta manera se proporcionará una comunicación
más rápida, tanto para los caminantes como para los vecinos de ambas villas.
De
los 358 duros en que regularon el coste de la barca y de todo cuanto gasto se
origine en adelante, es y será por cuenta de ambas corporaciones, por iguales
partes, así como el rédito que tuvo la construcción (358 duros al 4’5 %),
abonando la de Santacara a la de Mélida la mitad de todo cuanto ha producido el
arriendo desde que se construyó, que es desde entonces al actual arriendo de 14
onzas.
Se
obligan ambas localidades a la composición de los caminos de su respectiva
jurisdicción y por este primer año Santacara dará 2 duros para la construcción
del subidero de la barca.
Estas
capítulas se entienden mientras dure la actual barca y concluida que sea, se
reservan hacer los contratos o capítulas que les convenga.
P.
D. Los arriendos de la barca se han de hacer alternando en cada pueblo,
pudiendo presenciarlo algún individuo de cada pueblo.
La cabaña del barquero
La cabaña del barquero
Enviado por Juan José Casanova Landivar
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