CONCEPCIÓN IBÁÑEZ USTÁRROZ
Concepción Ibáñez Ustárroz
Montó junto a su marido una heladería en Santacara
Cuando era niña jugaba a las tabas al corro y como era
habitual en aquella época había una escuela para chicas y otra para chicos.
Recuerda haber vivido la pandemia de la gripe española y
como la gente moría de esa enfermedad. El número de personas contagiadas era
muy alto y para poder identificar que en una casa había alguien con gripe, de
dejaba fuera de la misma una silla con una toalla.
Vivió en Marcilla, en la Azucarera. Fuera del recinto fabril
se encontraba la zona del poblado, en donde vivían las familias trabajadoras y
contaba con capilla, escuelas y economato. Su padre trabajaba allí como jefe de
calderas y tanto ella como una de sus hermanas también trabajaron allí. Su madre
trabajaba en casa y cuidaba de sus siete hijas.
Cuando llegó la guerra civil Concepción estuvo en el
Hospital Militar de Granollers como enfermera de la Cruz Roja. Recuerda que las
personas que vivían allí transformaban las escuelas en hospitales para atender
a las personas heridas y colaborando llevando camas.
Cuando terminó la guerra, Concepción se casó y vino a vivir
a Santacara. En un principio trabajaba en casa y en ocasiones cuando el
practicante del pueblo de iba de vacaciones o tenía mucho trabajo la llamaba
para que le echara una mano.
Después montaron el negocio de la heladería. La familia de
su marido ya hacía helados pero fue a su marido al que se le ocurrió
modernizarse y con nuevas máquinas hacer los helados de una manera más
avanzada. Los hacían de mantecado, limón y chocolate, todo con productos
naturales y a muy bajo precio, una peseta. Recuerda que había unos polos que
los llamaban “polos coreanos” y valían dos reales. Estos polos estaban hechos
con caramelo y leche, tenían un color amarillito, y en el pueblo los llamaban
así relacionándolos con la guerra de Corea que había en aquellos momentos.
Tenían local donde servían los helados y poco a poco fueron
ampliando el negocio. En el piso de arriba tenían el bar y empezaron a servir
fritos y meriendas los domingos. Concepción se encargó del catering cuando
bajaba el obispo a las confirmaciones o cuando había votaciones. También hacían
gaseosas caseras.
Al lado de la heladería su hermana montó una tienda de
chucherías en la que vendían chicles bazoca valía una peseta y lo partían en
cuatro para que así durase más, también disponían de pipas, cacahuetes, regaliz
y caramelos.
Esta es la historia de Concepción, una mujer que con sus 107 años está viviendo una segunda pandemia, trabajó como enfermera, heladera y cocinera contribuyendo a la economía familiar.
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